Tareas pendientes este 8 de marzo

Nidia Burguete, Secretaria de Organización de Juventudes Socialistas del Alto Aragón

Hasta hace unos años, ser mujer era pertenecer “al género débil”. Al que debía estar “en casa y con la pata quebrada”. Éramos vistas como vulnerables, se infravaloraban nuestras capacidades, se criticaba (y aún hoy se critica) nuestro comportamiento en base a las normas sociales, a aquello que se adaptaba al concepto de mujer y a aquello que se esperaba de nosotras. Y si no lo cumplías, la consecuencia era el aislamiento, se nos apartaba e incluso se nos juzgaba ante las instancias judiciales correspondientes.

Bien lo saben las descendientes de todas esas mujeres acusadas de brujería entre los siglos XV y XVII. Muchas fueron quemadas en la hoguera por no cumplir con esos cánones de belleza y estándares de comportamiento y decoro.

Nadie puede negar que, además de ese juicio constante, la mujer siempre ha estado sometida a gran presión social, porque biológicamente solo nostras podemos tener hijos. No importa si te sientes mujer y si tu deseo es ser madre, da igual. “Se te va a pasar el arroz”.

Con la revolución industrial, la mujer consiguió incorporarse al mundo laboral. Añadiendo nuevas responsabilidades a las funciones que ya tenía asociadas por la concepción social y la jerarquía familiar.

Aunque sigue siendo necesaria una reestructuración en el reparto de funciones y responsabilidades, porque aún hay quien no entiende que ellos no son mejores sino que somos iguales, todo ha cambiado en las últimas décadas gracias a la lucha de las valientes que levantaron la voz por primera vez. Hemos avanzado como sociedad hacia una igualdad entre mujeres y hombres que, pese a verse lejana, se puede atisbar en el horizonte.

Son muchos los avances conseguidos, ya no dependemos de los hombres para abrir una cuenta en el banco, ya no son ellos los que meten el voto en nuestro sobre para las elecciones. Pero hay veces que una duda si no seguimos anclados en la edad media, cuando “la maté porque era mía”, cuando las manadas eran fiestas bien avenidas, o cuando se perseguía sin pudor a las mujeres que caminaban solas por la calle entre gritos lascivos bañados de alcohol. Porque esto no es el pasado. Seguimos viviendo con ello a diario.

Asesinato machista.

Violencia sexual.

Acoso.

Y sigue habiendo desigualdad salarial pese a ocupar los mismos puestos y estar al menos igual de preparadas que ellos. Seguimos siendo nosotras las que, en la mayoría de casos, reducimos nuestra jornada laboral o pedimos excedencias para cuidar de unos hijos que no son solo nuestros sino también suyos. La conciliación laboral para nosotras es correr desde que te levantas hasta que te acuestas para llegar a todo: trabajo, hijos, casa, amigos, familia… y si podemos, nos dedicamos un ratito.

Tenemos tareas pendientes como sociedad, pero nosotras como mujeres también: acabar con los estereotipos definidos por la sociedad: “90-60-90”, tacón y maquillaje; en ocasiones dejamos a un lado la empatía y colaboramos a perpetuar los estigmas sociales haciendo juicios de valor y opinando de manera descalificativa sobre otras mujeres; sigue habiendo prejuicios por razón cultural, religión, clase social, u orientación sexual.

Y es verdad, hoy en día se está dando mayor visibilidad a las diferencias de género, la sociedad abre los ojos ante la nueva realidad, y en numerosas ocasiones cuando se produce algún tipo de discriminación en este sentido, cada vez son más las voces que se levantan para denunciarlo. Pese a ello, es importante seguir insistiendo, que estas situaciones no acaben siendo asumidas y toleradas.

Por todo esto sigue siendo necesario salir a las calles este 8 de marzo, y no olvidarnos de ello en cuanto guardemos las pancartas. Reivindicar es el paso previo a cumplir con lo que pedimos: concienciar, visibilizar, cambiar juntos como sociedad y eliminar cualquier injusticia hasta lograr la igualdad plena entre mujeres y hombres.